“Por favor, dime qué es el amor…?”
Con el cuerpo reducido a piel y huesos, cada costilla marcada por el hambre y el abandono, el perro yacía en el rincón más oscuro de una casa olvidada. No tenía fuerzas para ladrar, apenas podía respirar; sus ojos apagados, cubiertos de tristeza infinita, aún guardaban un destello de esperanza.
Ese destello era un grito silencioso al mundo: “¿Alguien me verá?, ¿alguien me recordará?, ¿alguien me mostrará lo que significa ser amado?”
Su cuerpo temblaba, pero no de frío, sino de soledad. Pasaban los días, y el silencio era su única compañía, el hambre su única certeza.
En su mirada había preguntas que rompían el corazón: ¿qué hizo mal para merecer tanto dolor?, ¿por qué fue abandonado como si su vida no valiera nada? Sin embargo, a pesar de estar al borde de la muerte, seguía esperando… esperando ese milagro que solo una mano humana llena de compasión podía traer.
Porque incluso cuando el cuerpo se rinde, el alma de un perro nunca deja de amar, nunca deja de creer que el amor existe.